TODOS ERAN MIS HIJOS
Hacía mucho tiempo que no disfrutaba de una función de teatro de texto como anoche. Al Teatro OLYMPIA de Valencia llegó de gira una de las obras maestras de Arthur Miller “TODOS ERAN MIS HIJOS”. No recuerdo si la había visto antes, pero afortunadamente la tenía completamente olvidada y pude enfrentarme a la historia completamente virgen, descubriendo la acción al ritmo que marca el autor y me quedé perplejo de lo bien contada y estructurada que está. Parece ser que en ello ha tenido algo que ver la mano del director Claudio Tolcachir que ha transformado sus tres actos en uno solo, separándolos por fundidos en negro, aunque la base de Miller es excelente.
El núcleo de la acción se centra en una familia americana rica, gracias a la fábrica de la que es propietario Joe Keller (Carlos Hipólito) y que gestiona con su hijo Chris (Frank Perea). Kate (Gloria Muñoz), la esposa de Joe está convencida de que su hijo Larry que marchó a la guerra y desapareció hace tres años, volverá cualquier día y no consiente que nadie insinue que Larry pueda estar muerto. Tanto su hijo Chris como su marido le han seguido la corriente durante los tres años, aunque ellos están convencidos de que Larry murió, pero ella aferrándose al hecho de que no apareció el cuerpo mantiene su creencia.
Chris ha invitado a pasar unos días en la casa a Ann Deever (Manuela Velasco). Ellos llevan un tiempo carteándose y Chris la ha invitado con la intención de pedirle que se case con él y confía en que su padre le apoye a conseguir sus deseos, puesto que Ann era la novia de su hermano Larry y su madre no verá con buenos ojos que quiera casarse con la novia de su hermano. Para complicar más las cosas Ann ya es vieja conocida de la familia puesto que es la hija del socio de Joe, que lleva cumpliendo condena en prisión por una partida de piezas defectuosas que lanzó al mercado y el mal funcionamiento de las mismas provocó que varios aviones se estrellasen, con la consiguiente muerte de sus pilotos.
Este es el arranque de esta obra que Arthur Miller estrenó en 1947, recien terminada la segunda guerra mundial, poniendo sobre la mesa temas como las empresas que se enriquecían con las guerras, el alcance de la responsabilidad ante los actos de uno, la lucha y protección de la familia por encima de todo, etc. etc. etc.
Me descubro ante un elenco de intérpretes ideal. Carlos Hipólito está plusquanperfecto en su personaje que pasa de ser el padre cariñoso, al marido comprensivo o el cabeza de familia enérgico y luchador. Frank Perea es el hijo perfecto que siempre hace lo que se espera de él, hasta que se enamora y saca sus garras para luchar por lo que quiere. Manuela Velasco también asume bien todos los registros de su personaje y del primer al último secundario están excelentemente dirigidos. Si tuviera que poner un “pero” sería para Gloria Muñoz que ejercía de madre y la veía muy mayor para ser la esposa de Carlos Hipólito.
Por otra parte me encantaron algunos detalles nimios de dirección, como que al principio de la obra, cuando se sienta Hipólito en la mesa del jardín, apartase con la mano algunas hojas secas que el viento habría soltado de los árboles y cayeron sobre la mesa. Son detallitos quizá innecesarios, pero que me hacen ver el cuidado con el que se ha trabajado la puesta en escena para hacerla más creíble y consiguen en un momento que te conviertas en un voyeur, testigo silencioso de sus vivencias.
El montaje dura como una hora y cuarenta minutos. Todo el público estamos completamente metidos en la historia. No se aplaude en ninguno de los oscuros entre actos y la tensión que va creando la narración se palpa en el patio de butacas, donde casi se evita respirar. Las toses y carraspeos del principio han desaparecido y sólo hay vida en escena, hasta que llega el momento más dramático de la obra. El punto álgido de la trama. Las emociones a flor de piel. Los actores en plena catarsis y …. suena un teléfono móvil. Una, otra y otra vez.
La acción se congela. Los actores quedan como petrificados en medio de la acción y el teléfono sigue sonando. Los espectadores miramos hacia donde suena, queriendo asesinar al propietario o propietaria del mismo, mientras en el escenario, como tocados por una varita mágica la acción se hubiese detenido en el momento en el que sonó el teléfono. Tras unos segundos larguísimos el teléfono dejó de sonar y Frank Perea continuó con su frase cargada de rabia, manteniendo el tono, postura y dramatismo del momento, como si nada hubiese ocurrido. Chapeau para los actores y mil disculpas por haber estado entre un público que me hizo sentir verguenza, por la falta de respeto hacia el trabajo de unos profesionales que no merecían tal desprecio.
Solo me queda añadir que si pasa por vuestra ciudad, no os lo penseis. Obras de este calibre, con un reparto como este no suelen abundar.
AUTOR: Arthur Miller. Guionista americano. Ganador del Premio Pulitzer y del Príncipe de Asturias. Fue víctima de la caza de brujas del senador McCarthy siendo llamado a declarar por el Comité de Actividades Antiamericanas, negándose a citar nombres de los miembros que conociese del Partido Comunista, amparándose en su derecho constitucional y aunque manifestó no ser comunista, le fue retirado el pasaporte impidiéndole viajar fuera del país, por desacato al Congreso y no acceder a coloborar con ellos. Sus obras de teatro más conocidas son Todos eran mis hijos (All my sons), Muerte de un viajante (Death of a salesman), Panorama desde el puente (A view from the bridge) y Las brujas de Salem (The crucible). También escribió el guión de Vidas rebeldes (The misfits) la última película de Marilyn Monroe con la que estuvo casado durante cinco años, plasmando sus vivencias en la controvertida Después de la caida (After the fall).
DIRECCION: Claudio Tolcachir