En Octubre de 2011 se estrenó en Madrid a bombo y platillo, la primera producción en español del musical “EL REY LEÓN“, era un proyecto largamente acariciado por Stage Ententainment, que siempre nombraba como uno de los posibles montajes, a falta de tener un teatro que permitiera la complicada escenografía, además de tener un aforo con más de 1.000 butacas que debería llenarse a diario, para poder amortizar la inversión y generar beneficios con los que acometer futuros proyectos.
Tuve la suerte de ver este musical en el New Amsterdam de Broadway en el año 2000 y me gustó mucho, tanto que lo repetí cuando estrenó en el Lyceum de Londres en el año 2002, pero una sala llena de niños y con mucho, mucho calor, me la hicieron sentir interminable. Ocho años después, en el 2010 volví a Broadway y quise darle otra oportunidad, tras la desastrosa experiencia de Londres y si os digo que me fui del teatro en el intermedio, parecería algo pedante, así que trataré de explicarlo para que lo entendais.
Tras semejante pelotazo emocional salí corriendo al Minskoff Theatre, donde hacía años que habían trasladado la producción del Rey León. Cuando me vi sentado en la butaca del segundo piso y bastante atrás, no podía dejar de preguntarme ¿qué hacía allí?, viendo aquellas marionetas articuladas tan, tan lejos, que me sentí mucho más lejos aún y más viniendo de ver un musical tan cerca y tan bien, así que aprovechando el intermedio, me fui. Es algo que no he hecho nunca más ni en Londres, ni en New York.
Cuando se venden los derechos de estos megaespectáculos se hacen con esas condiciones y sé de buena tinta, porque conozco gente de entre los actores, que me dicen que cada dos o tres meses, vienen los delegados por el equipo creativo de Broadway, para asegurarse que el musical no ha perdido su concepto base o para innovar algún cambio ya experimentado en otro país y quieren que sea igual para el resto del mundo, porque no debe haber espectadores de primera o de segunda. Esto es como la Coca-Cola, tu pagas por un determinado sabor, que obedece a una fórmula y si te dicen que no tienen y te ofrecen Pepsi-Cola, te pides un agua, porque sabes lo que quieres.
Analizando la vivencia diré que la elección de una buena butaca es primordial, porque aquí no es como en el cine, donde si estás de mitad de la sala hacia detrás lo ves mejor, aquí si estás más cerca lo disfrutas mucho más, así que tras la experiencia del segundo piso en Broadway, tenía claro que no iba a cometer el mismo error y estuve en patio de butaca fila 8, pasillo, de forma que el elefante pasó justo a mi lado y pude distinguir a cada uno de los actores que llevaba dentro, os doy este detalle para que recordéis que a veces lo barato resulta caro. Por lo tanto recomendaría de la fila 4 a la 20, como ideales o delanteras de primer piso. Esto vale para cualquier musical.
¿Niños?. Sí, muchos niños, pero se comportaron mejor que algunos adultos. Quizá el precio de la entrada y la rcomendación de que es para mayores de siete años, persuada a los padres de llevar a los más pequeños que les pueden amargar la tarde. Lo cierto es que tenía a mi lado a dos niños y otros cuatro detrás, que rieron los chistes y aplaudieron cuando tocaba. La imagen de la niña de mi derecha, sentada en el borde exterior de la butaca, como queriendo entrar más en el escenario y verla derrumbarse de risa contra el respaldo, ante una de las gracias de Timón y Pumba, escuchándola decir en el intermedio: “Papá, he visto al niño de “La Voz Kids”, me hizo confiar en el espectador del futuro.
Indudablemente la dirección y capacidad creativa de Julie Taymor con las máscaras y vestuario, sumada al diseño de iluminación, que sabe combinar el ambiente de las escenas, pasando de la calidez de un rojo brillante, un naranja o un amarillo, a la humedad de un gris ceniza, con la guinda de una música que intercala ritmos frenéticos y cantos tribales, con potentes baladas y graciosas canciones, respetando acentos y sílabas, por un maestro de la adaptación como es Jordi Galcerán, que fue criticado por no haber mantenido las de la película, aunque las suyas sean más fieles a las originales, todo poco a poco va sumando para dar el resultado final, que es el acabado del musical.
Como curiosidad acompaño la foto que había en el hall con el nombre de los actores de la función a la que acudí, aunque luego oí comentarios de que el joven Simba no era el que figuraba en el panel, sino que había sido su cover, Daniel Mejía, que ciertamente tenía un color del piel más oscuro que el Michel Jauregui que figuraba en el programa, y anque estaba bien de voz y en los bailes, fue quizá el único que eché a faltar que en las canciones que interpretase un poco más. Si bien en espectáculos tan corales como éste, hasta los covers de los actores principales suelen ser buenos y para una vez que vas, quieres que no estén los sustitutos, también es cierto que hay un constante cambio de actores a cada visita de los delegados Disney, con lo que siempre hay una garantía de que el nivel actoral es alto.
Resumiendo, es el clásico musical que gusta, por una u otra razón, a casi todo tipo de público:
A los que no les gusta el musical, porque “de repente cantan” y es que aquí “todo está junto”.
A los que no les gusta el teatro porque esto tiene una historia con cierta dosis de espectacularidad.
A los que les gusta el teatro y el musical, porque esto es teatro y musical.
A los que les gusta el cine, porque aquí hay algo más que en el cine, el vivo, el directo.
A los que no van al cine o al teatro, porque es caro, pero aquí ven dónde va el dinero que han pagan.
A grandes y chicos porque lo que está bien hecho, no tiene edad.