Billy Wilder en estado de gracia. Se atreve a hacer una película en blanco y negro con Jack Lemmon como el americano medio que asciende en su empresa a costa de prestar su apartamento a los jefes, dejándolo todo preparado para que puedan tener en él encuentros con sus “amiguitas”, lejos de hoteles o sitios concurridos.
Con Lemmon está Shirley MacLaine, una simpática ascensorista de la que se enamora, pero no sabe que ella está teniendo una aventura con Fred MacMurray, otro de sus jefes. El momento en que Lemmon descubre que su amor está liada con el superjefazo todo cambia en él. Es una escena brillante, de esas que tan bien sabe montar Billy Wilder.
Ya lo dijo Trueba al recoger su Oscar: “Yo no creo en Dios, por eso quiero dar las gracias a mi dios particular. Gracias Billy Wilder”. A la mañana siguiente sono él teléfono y al descolgarlo Trueba Billy Wilder desde el otro lado del teléfono le dijo: “Hola, soy Dios”. Un genio.